Las ciudades cambian, a veces demasiado rápido. En este proceso, las huellas de quienes las habitan y las historias que las conforman pueden quedar sepultadas bajo la lógica del desarrollo urbano. Pero hay quienes resisten, quienes observan con detenimiento y encuentran en la fotografía una herramienta para dignificar la memoria de los espacios.
En esta entrevista conversamos con Ana Campaña, jurista especializada en políticas urbanas, activista por el derecho a la vivienda y exploradora visual de los márgenes urbanos. A través de su obra ‘Parasoles’, Ana reflexiona sobre las cicatrices del barrio, la resistencia material de la ciudad y la potencia del arte como herramienta de lucha. Un diálogo imprescindible sobre memoria, política y el derecho a habitar nuestros espacios.
1.- Tu obra sugiere que la ciudad tiene memoria y que las calles resisten al olvido. ¿Cómo crees que la fotografía puede contribuir a preservar esa memoria y a desafiar los procesos de transformación urbana?
¡Qué buena pregunta! Desde mi punto de vista la fotografía juega un papel clave a la hora de documentar la vida y los espacios en la ciudad. El acto de capturar la arquitectura, los lugares en transformación, las grietas o los pequeños detalles que dan pistas de lo que un día hubo, contribuye a dignificar y reivindicar espacios e historias.
Nuestras ciudades se encuentran bajo amenaza y en consecuencia nosotros/as también. El desarrollo de la ciudad bajo lógicas neoliberales y coloniales homogeneiza los centros urbanos, los vacía de identidad, privatiza el espacio público e impone el control, el orden y el civismo. En definitiva, el Estado no permite que exista ni un sólo lugar del que no pueda extraer beneficio. Las ciudades se ponen al servicio de las élites y el capital. A través de las imágenes podemos reflejar la identidad de barrios, relacionarnos con las comunidades que los habitan y las dinámicas sociales que pueden verse amenazadas por procesos de gentrificación o regeneración urbana.
De algún modo, la fotografía permite inmortalizar, poner en valor y denunciar en nombre de la estética y la rabia.
2.- En ‘Parasoles’ hablas de las cicatrices del barrio y la resistencia material del espacio. ¿Cómo influye tu formación en políticas urbanas en tu manera de mirar y retratar la ciudad?
Supongo que mi formación me permitió conceptualizar procesos y dinámicas que veía y aún no sabía nombrar. Cuando reparé en la palabra ‘Parasoles’ de la fachada situada en C/Valldonzella pude llegar hasta la fábrica Rupert Laporta especializada en “paraguas, sombrillas, parasoles y bastones” de mediados del S.XX. Un reflejo de las raíces industriales y obreras del barrio del Raval (La rosa de Foc)
La oportunidad de entender la ciudad como un sistema complejo permite no sólo observar la arquitectura o el diseño, sino también cómo las políticas públicas neoliberales y coloniales influyen en la vida de las personas, en la distribución del espacio y en las desigualdades urbanas.
En este sentido me parece importante evidenciar esas relaciones de poder, las oportunidades y las exclusiones que emergen de las decisiones urbanísticas. Siempre me ha preocupado (y enfadado) ver cómo ciertos barrios son marginados y estigmatizados y en cambio no se aprecia cómo las personas que los habitan resignifican los espacios a través de sus prácticas cotidianas.
Al fin y al cabo, como muchas otras técnicas y aprendizajes el tema va de afilar la mirada. Una vez que lo has hecho es muy difícil observar la ciudad de otra manera.
3.- Como vecina del Raval y militante por el derecho a la vivienda, ¿cómo dialoga tu trabajo fotográfico con tu activismo? ¿Crees que el arte puede ser una herramienta de lucha en estos procesos?
Particularmente, fotografía y activismo no los pongo mucho a dialogar. A pesar de que considero que se necesitan, en mi caso aun lo llevo a cabo como un trabajo preliminar de documentación, experimentación y aprendizaje. Siempre habita en mí el miedo a caer en el extractivismo y la instrumentalización, pero creo que por ese motivo hay que hacer partícipe a las vecinas/os. Sin su relato, a la imagen le falta alma [una reflexión que me inspira de Lucía Lamata].
Toca dar el salto.
El mero hecho de hacer arte, cualquiera, ya es un acto político en sí mismo. Si además el arte apunta a causas concretas de injusticia, de luchas urbanas, de formas de resistencia…su alcance no tiene límites.