Del ritmo al alma: Desde Colombia hasta Barcelona, el viaje de Lápiz Azúl es una historia de empoderamiento a través del dancehall. Esta entrevista, nos comparte cómo descubrió el dancehall, los desafíos de crecer artísticamente lejos de casa y su visión sobre la delgada línea entre la expresión auténtica y la mirada externa que condiciona. Una historia de cuerpo, conciencia y liberación.
Cuéntanos un poco sobre tus inicios: ¿Cómo fue tu primer encuentro con el dancehall y qué te llevó a convertirlo en parte fundamental de tu vida?
La primera vez que tuve contacto con el dancehall siendo consciente de que era dancehall, fue gracias a una amiga que bailaba. Le comenté que cuando vivía en Colombia busqué sitios para aprender alguna danza urbana y no encontré nada que encajara con lo que me gustaba. Ella me llevó a una clase con Magali Jou. Tomé mi primera clase de Female dancehall con ella y me encantó. Descubrí que artistas como Sean Paul hacían música dancehall que a mi ya me gustaba pero no sabía qué era ni de dónde venía.
Aunque esa fue mi primera toma de contacto con el dancehall por circunstancias de la vida no seguí yendo a clase hasta después de 2 años que recordé lo mucho que me había gustado el dancehall y lo retomé. Busqué de nuevo a Magalí e inicié mi formación con ella y varias chicas de su compañía. Muchas cosas de mi salud mental y física mejoraron. El dancehall te da poder, energía, alegría. Es una danza social, para compartir. Al final viene de las fiestas, de la comunidad. Con el tiempo profundicé más en este estilo, me di cuenta que el dancehall no era solo Female. Así que empecé a formarme en Dancehall, la parte mixta, que a día de hoy es con la parte del dancehall con la que más me identifico. Bailando Dancehall siento que me puedo expresar en todas mis facetas. El simple hecho de transformar mi expresión en movimiento y sentir paz y liberación es lo que hizo que la danza formara parte fundamental de mi vida.
Desde Colombia hasta Barcelona, ¿cómo ha influido ese cambio de entorno en tu evolución como artista y en tu conexión con la cultura dancehall? ¿Con qué desafíos te has encontrado?
Muchísimo. Siento que Barcelona es un lugar ideal para descubrirte como artista. A veces me pongo a pensar como hubiera sido mi vida si nunca hubiese llegado aquí. Quizás aun no sabría que me apasiona bailar. Quizás hubiese estudiado otra cosa. Siento que al tener más opciones mi mente expandió posibilidades. Realmente siempre me ha gustado todo lo que tenga que ver con el arte. En algún punto incluso pensé que sería tatuadora, estuve 3 años tatuando también antes de darme cuenta que lo que realmente me llenaba era el baile. Y no digo que en Colombia no haya arte, y no se encuentren estas cosas. Simplemente me hubiese costado más llegar hasta el punto de descubrirlo por la dirección que estaba llevando mi vida en ese momento.
El dancehall, como muchas expresiones culturales populares, ha sido criticado por reproducir imágenes de hipersexualización y cosificación femenina. Desde tu vivencia, ¿cómo podemos diferenciar cuándo hay empoderamiento real en el cuerpo y el movimiento, y cuándo se cae en una mirada externa que refuerza estereotipos? ¿Cómo navegas tú esa línea dentro de tu práctica?
Para mi el dancehall, como muchas expresiones culturales, puede ser un espacio tanto de empoderamiento como de reproducción de estereotipos, y esa línea a veces puede ser difusa. Desde mi perspectiva, la clave está en la intención y en el contexto en el que se expresan los movimientos y las imágenes.
El empoderamiento real se refleja cuando la persona que baila tiene control total sobre su cuerpo, cuando el movimiento surge desde su propia voluntad y expresión auténtica, y cuando se siente cómoda y segura en su piel. Es una afirmación de su identidad y de su derecho a expresarse sin que eso implique la cosificación o la mirada externa que juzga o reduce su valor a su apariencia.
Por otro lado, cuando el cuerpo y el movimiento se usan para complacer a una mirada externa, reforzando estereotipos o cosificando, la intención suele ser más de complacer a otros que de expresar una identidad propia. En esos casos, puede sentirse como una respuesta a expectativas sociales o a una mirada que juzga, en lugar de una afirmación personal.
Dentro de mi práctica, trato de explorar esa línea siendo consciente de por qué y para quién bailo. Me pregunto si mi movimiento refleja mi identidad, mi historia y mi sentir, o si simplemente estoy ajustándome a un molde externo. También creo que es importante promover un espacio donde la diversidad de expresiones sea respetada y valorada, y donde cada quien pueda decidir cómo quiere expresarse sin sentirse juzgado. Siento que el equilibrio está en escuchar y respetar nuestra propia voz y cuerpo, y en entender que el poder del movimiento está en la libertad y en la autenticidad con la que lo vivimos.
¿Qué parte del proceso creativo, expresivo y de enseñar a bailar disfrutas más?
Disfruto mucho el momento de transmitir cómo vivo la danza y lo que significa para mi. Compartir emociones, expresiones, ver cómo otras personas tienen ganas de recibir con la misma ilusión que cuando empecé. Lo disfruto porque también me hace aprender, y siento que nunca se deja de aprender en la danza, es constante evolución. Por eso siempre seré alumna, para mi es una parte fundamental de ser bailarín, tener siempre abierta la mente para recibir, transformar y compartir.